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II PREGON DE NAVIDAD DE ROQUETAS DE MAR

Nazarenos del Silencio Blanco de Almería

PREGÓN DE LA NAVIDAD EN ROQUETAS DE MAR 2007

“Más solo conservando una niñez eterna en el lecho del alma, sobre el cual se precipita y brama el torrente de las impresiones fugitivas, es como se alcanza la verdadera libertad y se puede mirar cara a cara el misterio de la vida.” Miguel de Unamuno


Queridísimo y respetado Sr. Alcalde de esta ciudad Don Gabriel Amat Ayllón, a quien agradezco su generosidad para con mi persona.
Estimada, apreciada y amiga Sra. Concejal de Cultura Doña Eloisa Cabrera Carmona.
Concejal Delegada de de mi Área de Personal Doña Francisca Toresano Moreno.
Dignísimos Capitulares de la Corporación municipal y autoridades
Sr. Director y comunidad educativa de la Escuela Municipal de Música.
Todos amigos en la amistad y fraternidad del Misterio de la Navidad
Saludos franciscanos de Paz y Bien

Ocurrió por entonces que Augusto, emperador de Roma, empezó a preguntarse cuántos habitantes tenía su imperio. Pero no resultaba fácil contarlos, porque eran gente muy inquieta y se mudaban continuamente de un lugar a otro.

¡Que cada uno se dirija a la ciudad donde nació para inscribir a su familia.!, –ordenó Augusto-

Todos los habitantes del imperio se apresuraron a obedecerle, porque desobedecer al emperador podía resultar muy peligroso.

María y José vivían en Nazaret, y ella estaba encinta. Pero, como había que cumplir las órdenes del emperador, tuvieron que emprender el viaje a Belén, donde José había nacido.

Cuando llegaron, la ciudad estaba llena de gentes de otros lugares, que también habían ido a empadronarse.

-No, lo sentimos, está todo ocupado- le decían esto cuantas veces pedían alojamiento.

Pero necesitaban encontrar un refugio, algún sitio donde cobijarse, porque María está a punto de dar a luz. Al final, después de tantos sin sabores y de ir y venir de un lugar a otro, se acomodaron en un humilde pesebre, entre los animales, sobre todo un buey y un asno.

Allí, poco después, nació su hijo. Y el Verbo de Dios se hizo Carne, y habitó entre nosotros, exclamo el Ángel del Señor que se encontraba encima del pesebre.

María tras el anuncio del Ángel, lo besó en la frente, lo abrazó y lo envolvió en pañales. Se lo enseñó a José, que le alegró mucho. Juntos lo acostaron en la paja y se turnaron para velar su sueño de concebir por obra y gracia del Espíritu Santo.


Dios acababa de dar a la tierra un Salvador y en los brazos de María, los Ángeles adoraban al Verbo encarnado. Había nacido un Salvador: El Mesías, el Señor.

¡Que lección para nuestra fe!

El tiempo no disminuye la profundidad del Misterio.

La humanidad ha pasado durante veinte siglos por delante de este pesebre bendito.


Ese pesebre con forma de establo nos conserva y nos transmite el recuerdo del nacimiento de Jesucristo, sublime y encantadora prueba del amor de Dios hacia nosotros!

Nosotros, los que creemos en Él, nos hemos reunido hoy, o mejor dicho, Dios nos ha reunido, en esta Escuela Municipal de Música de Roquetas de Mar, para celebrar con alegría la solemnidad de la Navidad, y proclamar nuestra fe en Cristo, Salvador del mundo.

La Navidad es nuestra fiesta.

Es memoria del nacimiento de Jesús en Belén.

Pero también son recuerdos llenos de memoria y nostalgia.


La Navidad es alegría y júbilo, es un sentimiento impregnado de frío, el recuerdo de la nieve, son calles y plazas engalanadas con flores de pascua y con luces que anuncian el Misterio de la vida, son villancicos que alegran el dulce pasar de los días al son de zambombas y panderetas, niños llenos de ilusión correteando por plazoletas, abuelos cogidos de la mano de sus nietos mirando los escaparates para escribir las postales en forma de Carta a los Reyes Magos, madres ensimismadas preparando la cena de Noche Buena, la Gran Noche, para asistir a la primera campanada, a la Misa del Gallo, donde iremos a buscar como pastores donde nació el Niño, y lo hallaremos dormido, es un Dios inocente y pequeñito y allí, con devoción le recitaremos nanas y coplas al Niño Dios.

Son días que hacen aflorar los sentimientos, la sensibilidad, la ternura, la emoción, y pensamos ¡ha llegado otra Navidad! ¡Cómo pasa el tiempo! Y la vida entre sombras y luces.

Que recuerdos para aquellos que ya no están con nosotros, pero siguen ocupando un lugar importante en nuestro corazón y en nuestra alma, y que nunca olvidamos, porque siempre estarán presentes, por eso en estos días su recuerdo es más grande, y si me permitís queridos amigos, más doloroso que nunca.

Durante estos días quisiéramos oír en los medios de comunicación algo diferente a lo que ocurre a diario, quisiéramos escuchar que todos los hombres son buenos, bondadosos, que no existe la maldad, ni el dolor, ni el hambre; que las noticias sólo hablen, de que se han terminado las guerras, de buenos propósitos, de felicidad para todos, de unión y tolerancia entre todos los hombres sin importar sin están cerca o lejos. Que el mundo se pare aquí. Que el mundo y nuestro alrededor se sintiera feliz, al menos durante estos días de felicidad eterna.



Es un tiempo para que todos, grandes y pequeños, enfermos y sanos, olvidemos el llanto y la pena, y ayudemos entre todos a calmar el dolor de los que sufren para que puedan vivir la Navidad con intensidad, para que puedan disfrutar en torno a la familia, a los amigos del día a día y de toda la vida, que cada uno de nosotros seamos capaces de tejer lazos de paz y armonía, y poder repartir una sonrisa de esperanza y dulzura.

Con este Niño, que va a nacer en la noche más amorosa, unida al negro rúan del Jueves Santo, debe de seguir naciendo cada día en nuestro corazón, en nuestra razón y en nuestra alma, para que rompa las alambradas del odio, se pare la violencia frente a las mujeres y el trato degradante hacia los niños y niñas, con el final de la muerte de los miles de inmigrantes que nos llegan en pateras y se terminen con los conflictos armados, con el terrorismo internacional y sus dictaduras, y con la lacra de atemoriza a España durante más de treinta años, que es ETA y sus cómplices.

La Navidad es la esperanza gozosa que hace que los hombres seamos iguales sin distinguir ni raza ni sexo ni creencias, ni religiones, para poder hacer un mundo sin fronteras bajo la atenta mirada del único y verdadero gran Arquitecto del Universo, el Dios de la vida, para quien todos somos sus amados hijos sin distinción alguna.

Y es que la Navidad, es eso, una época de muérdago, abetos y ramas de pino convertidas en pequeños árboles caseros llenos de adornos, de belenes y trineos, de Reyes Magos y Papá Noel, de villancicos, de deseos de paz y felicidad, de reencuentros familiares, de nostalgias, de melancolías, de añoranzas, de regalos, de lágrimas, de recuerdos.............

Y así volviendo a la nostalgia, a mi nostalgia, me viene un dulce recuerdo de un niño que vivía con ilusión e inocencia aquel 22 de diciembre, aunque no se ya, de que año.

Ese día con pijama de franela y con calcetines de lana, que hacía mi tía Rafaela, escuchábamos radio Nacional de España, o más tarde en la televisión en blanco y negro, a los niños de San Ildefonso como iban desgranando con su sonsonete, los números agraciados con premio en la Lotería Nacional y esa musiquilla nos recordaba que ya estábamos de vacaciones.

Aprovechábamos levantados bien temprano, para montar el portal de Belén, algunas figuritas con el paso de los años estaban mutiladas, pero a pesar de eso no nos faltaba detalle, María, José, el Niño , el buey, la mula, el Ángel, los pastorcillos y para rematarlo, una gran estrella encima del pesebre, para anunciar la buena noticia y que sirviese de guía para que pudiesen llegar los Reyes Magos de Oriente montados en sus enormes camellos.



Los belenes siempre cubiertos de blanca nieve, ese blanco que formaba parte de nuestra inocencia e idealismo, era la inocencia de nuestra niñez, la inocencia con la que, a esos años, un niño ve las cosas y esas cosas iban envueltas en una magia especial que lo llenaba todo.

Decorábamos la casa con imaginación y creatividad, pero con mucha sencillez, porque no había ni medios ni dinero, con un árbol de pino, bien sacudido y estiradas todas sus ramas con mucho cuidado, con bolas de colores, alguna de ellas medio rotas, que como no tuvieras cuidado se reventaban al caer contra el suelo y se hacían añicos, con las consiguientes risas de mi hermano y mía , y el monumental enfado de mi madre, y para que al árbol no le faltara nada, recubierto con unas poquitas de luces fijas o con intermitencia, que llenaban de alegría toda la casa, y anunciaban algo que se acercaba.


Pero por fin llegaba el día 24 por la mañana, nos vestíamos deprisa y mirábamos la calle a través de los cristales empañados, ¡ todo era diferente ese día!. Acompañábamos a nuestra madre a la tienda de ultramarinos, al economato, o al mercado de abastos. Y ese día nos fijábamos en todos los productos que existían al por menor en las estanterías y cajones, donde se veían los chocolates, el laterío, las especias, el azúcar, la sal, la harina, pero en especial llamaba nuestra atención los turrones, los mazapanes, los polvorones, ..Allí comprábamos, turrón blando y duro, el duro era duro de verdad, casi como un ladrillo, para comerlo hacía falta primero romperlo con un martillo; los polvorones, que había que apretarlos antes de quitarles el papel para luego metérnoslos en la boca entero y hacer un esfuerzo por no asfixiarnos, hasta que conseguíamos ir tragando poco a poco; los mazapanes de figurita, el turrón de yema, que le gustaba a mi madre, y unas peladillas completaban la compra. ¡Ah! y para beber alguna botella de sidra El Gaitero, vino rancio o vino dulce Moscatel, anís del Mono y coñac Soberano, botellas que esos días no faltaban en el aparador de casa, “por si venía alguien” decía mi madre.


Llegaba la hora de la cena de Nochebuena. Como cada año, la mesa estaba puesta con el mantel más bonito que teníamos, que siempre era el del ajuar de cuando se casó mi madre, sobre ella los platos de la mejor vajilla que había en casa, la que sólo se usaba en Navidad o algún acontecimiento importante. En los platos los mejores manjares sin que faltara un buen pavo, dulces y licores. Y a cantar villancicos rascando la botella de anís, la pandereta y la zambomba. Era la tradición.

Mientras fuera la gente decía que templaba, pero, antes y después de que templara, hacía muchísimo frío. Mucho más que ahora. A pesar de todo, la gente salía de sus casas dispuesta a compartir alegría y buenos propósitos. Pues con poco éramos felices.

Eran unos años en blanco y negro, el negro lo daba la época, era el negro de las imágenes del NODO, el negro del vestir de la gente con escapulario, el negro por la escasez de alumbrado en las calles, que hacía que, en cuanto anochecía, se quedaran desiertas. Era la época de los que tocaban a la puerta pidiendo el aguinaldo con su tarjeta deseando a todos feliz navidad y nos lo deseaban: los serenos, el carbonero, el cartero, el lechero y el panadero, que nunca subían a las casas, salvo ese día…

Era el espíritu de las navidades pasadas, añoranza y sentimiento sensiblero.

Estas eran mi Navidad, no sé si buenas o malas, pero para mi las mejores, las Navidades de mi infancia, y las de muchos otros como yo, que por suerte o desgracia ya nunca volverán, como no volverán muchos seres queridos con quienes las compartí y compartimos estos momentos..

Vaya para ellos nuestro más sincero recuerdo y emoción.

Pero olvidando un poco la nostalgia, quiero quedarme en las vísperas, en las vísperas de la Navidad, de la eterna fragancia de la Navidad, y quisiera en este lugar como es Roquetas de Mar, lugar de encuentro de culturas, lugar de hospitalidad y generosidad, contaros un relato, un pequeño cuento para todos los niños y padres, y abuelos, que os encontráis aquí con nosotros, para ver la magnitud de lo que es la Navidad y de lo que representa para todos y cada uno de nosotros.

Mi amigo Abraham, cuando veía, con sus siete años camino de ocho, todo este montaje, él le llamaba teatro, año tras año, con la ilusión y alegría con que compartía con nosotros este ritual, quiso también vivirlo en su casa, en su ambiente, con su familia, y tras salir corriendo calle empedrada abajo, casi a trompicones, llegó con la voz acelerada y le dijo a su mamá, que le comprase un belén, o un árbol, o una estrella, pero su madre le contestó que ellos no celebraban la Navidad.

Abraham, atento a la mirada de su madre, con sus ojos dulcificados, llorosos, preguntó ¿por qué mamá?, y ella le contestó, simplemente que no la celebraban.

Y Abraham apesadumbrado, y casi sin voz, como estoy yo esta noche, le preguntó ¿qué es entonces la Navidad?, y su madre, cogiéndole sus pequeñas y adorables manos y acariciándole su tierna cara infantil, le dijo “la Navidad es el mes de diciembre, donde hace frío en Belén, es la auténtica esperanza, a pesar de los pesares, y de los momentos difíciles que se atraviesan, es renacer con nuevas ilusiones y retos, en definitiva la Navidad es cuanto nos ofrece la vida.”

Abraham, no supo que contestar, no llegaba a comprender lo que su madre, que se llamaba Sara, le decía, pero ella, aun así, estuvo preparando la cena del día veinticuatro con mucho más esmero y gusto que otros días, e invitó a los abuelos a que les acompañaran. Era una familia curtida por los avatares de la vida, pero Sara quería que su hijo no se sintiera diferente a los demás, y además del pavo de esa noche, no quiso quitarle la ilusión a Abraham y colocó encima de un arbolito una gran estrella brillante de color oro de seis puntas.

Abraham al verla se emocionó, se conmovió, y tras dar la gracias a su madre y su padre, antes de comenzar la cena, e invocar dar gracias a Dios todopoderoso de los alimentos que iban a recibir, le dijo a su hijo,

Abraham, hijo mío, no solo hay un mundo, sino muchos mundos, pero ante todo, todos somos humanos, personas, ciudadanos, y queremos ser felices aquí donde estamos, y aunque esta estrella lleve menos puntas que otras, es la misma que las demás, reluce de igual forma, por que queremos integrarnos y sentirnos iguales, porque el cielo y la tierra, con la mirada reluciente de la luna llena, se ha hecho igual para todos, y ese Niño que va a nacer, hace posible que la noche venga tras el día y el día tras la noche.”.

Abraham con los ojos lacrimosos y el rostro fascinado por esas breves y bellas palabras de su padre, que se llamaba Emmanuel, le respondió con un beso, y comenzaron a cenar, con el mariposeo de su estómago.

Desde ese momento Abraham había aprendido que es la humanidad y la comprensión. Y quien era Dios, el Dios de la historia y de la vida.

Abraham al día siguiente, tras soñar con los Ángeles, sabía que era la Navidad, que en la Navidad nada ni nadie se siente excluido, ni rechazado, la Navidad era para todos, con independencia de ser grande o pequeño, blanco o negro, de Almería o Bilbao, cristiano, judío o musulmán, era un momento de encuentro intercultural, de armonía y nostalgia, de magia y duende, que llegará tras tomar las doce uvas al sonido de las doce campanadas de la noche más señera y vieja del año, al embrujo de la cabalgata de los Reyes Magos de Oriente el día cinco de enero, y que tras escribir una carta, depositarla en el buzón de correos, aparecerán los juguetes de la solidaridad junto a los zapatos junto a un vaso medio lleno de agua y varios mantecados abiertos. “ Es la tradición multisecular de España y de la cristiandad.


Abraham ya sabe que el Dios encarnado se manifiesta y llama a todos sin distinción.

La Navidad en el lento caminar de la historia, es para todos, y cada uno de nosotros, creyentes y no creyentes,

Que desde ahora ya nada será igual.

Roqueteros y Roqueteras, estamos pues, en Navidad, y si cantar es un remedio, canten todos mi canción. Mi voz será esta Navidad disparo alegre y certero de mi humilde savia y corazón. ( Henry Martínez)

Epílogo

Dulce Niño de Belén, haz que penetremos con toda el alma en este profundo misterio de la Navidad. Pon en el corazón de los hombres esa paz que buscan, a veces con tanta violencia, y que tú sólo puedes dar. Ayúdales a conocerse mejor y a vivir fraternalmente como hijos del mismo Padre.

Descúbreles también tu hermosura, tu santidad y tu pureza. Despierta en su corazón el amor y la gratitud a tu infinita bondad. Únelos en tu caridad. Y danos a todos tu celeste paz. “ORACIÓN AL NIÑO DE BELÉN DE JUAN XXIII


He dicho, muchas gracias.


Rafael Leopoldo Aguilera Martínez
14 de diciembre del 2007
Festividad de San Juan de la Cruz
Escuela Municipal de Música, Danza y Teatro
Roquetas de Mar

"Este Pregón se lo dedico a mi tia Rafaela Martínez Oña, quien me transmitió todo el amor y el cariño"







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