España ha dejado de creer en sí misma. El desafecto hacia la
política y el descrédito de las instituciones es de gravedad y preocupante para
toda la sociedad española. Desde los partidos políticos al sistema financiero,
desde los sindicatos a la organización empresarial, toda la información
periodística e investigación judicial está pivotada en un escándalo tras otro
bajo sospechas de corruptelas y otros ilícitos penales.
España que había llegado a ser un país moderno y
democráticamente admirado en todo el mundo por su empuje y su vanguardismo
político, social, cultural y deportivo, ha caído estrepitosamente desde la
recesión económica y el tumultuoso secesionismo catalán del año 2011. Diría que
España está noqueada como lo estuvo en 1898 y en 1936, está en una ruina, no
solo económica, sino moral ante la falta de voluntad e inteligencia en el arte
de la política. Es como sí tras 40 años de democracia se hubiera abierto la
caja de pandora y como un castillo de naipes se hubiera derrumbado los pilares
políticos y sociales en los que se sustentaba la idea consensuada de España
como Estado-Nación.
Por qué les ha entrado la manía política de adulterar y
alterar estos 40 años del mejor progreso que ha tenido la España contemporánea
a nivel de vida y desarrollo nacional con despechos históricos, como sí nada de
lo realizado hubiese sido real ni valido la pena, entrando a "sangre y
fuego", como cainitas, a destruir todo aquello que forjó salir de un
adverso régimen político contrario a los sentires democráticos de finales del
siglo XX.
Es cierto, que la sociedad civil a pie de calle no solo ha
notado la pobreza con un paro estructural por encima del 25 %, sino que las
convicciones democráticas comunes a nivel cultural y político en un país tan
diverso se han debilitado.
Tenemos la obligación política actual con extrema necesidad
y potencia cognitiva de recomponer la arquitectura de este país con un proyecto
político forjado en el consenso, con vocación de mayoría, es decir, capaz de
aglutinar a propios y ajenos, con sensibilidad ética y sentido de equilibrio
social, no sectarista ni radicalizado excluyente para evitar, aún más, su
declive y descomposición, permitiendo que resurjamos de esta crisis más
fortalecidos y reorientados como lo fuimos en las postrimerías del franquismo y
el arranque de la transición democrática que nos llevó al progreso social.
Rafael LEOPOLDO Aguilera
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