En el más trascendental de los Concilios, en Trento, nacieron las Cofradías como eficaces colaboradoras en la defensa de la fe católica, y crecieron con el soplo divino, el barro y el sol de nuestra tierra un hombre bueno y sincero en sus manifestaciones externas, que ama a Dios y que nace, crece, vive y morirá siendo cofrade.
Los niños y niñas conocen la Semana Santa de la mano de sus padres y abuelos, y hoy cogidos de la mano de dos generaciones llevan a sus hijos a la Cofradía, al brotar por sus cuerpos la misma piel y la sangre, la sensibilidad y el afecto, cuando se ponen delante de su Cristo y de su Virgen, luz y guía de las esencias espirituales de nuestra tierra.
Gracias madres de esta tierra almeriense, que con vuestro fino sentido de mujer enseñáis a vuestros hijos el por qué de la Verdad, y le transmitís, que a quien vamos a ver en Semana Santa es a Él y a Ella, la Unica y Auténtica Verdad, para quien se hizo el clavel, la llama del cirio y el incienso, y a quien deberéis de dirigir el beso, que es lo más importante que una persona puede ofrecer, fruto de la Fe y del Amor, a quien murió por todos nosotros.
Y cuando pasamos de la infancia a la niñez, nos encuadramos en las filas de nazarenos para hacer la Estación de penitencia, con una cruz, con un cirio, con una enseña, con una vara, pero sobre todo vistiendo la túnica de nazareno, porque además de recaer sobre nosotros la responsabilidad de respetarla en sí misma, como visible instrumento de nuestro deber de apostolado, hemos de reverenciar en ella a las generaciones de cofrades, que precediéndonos con el signo de la Fe, la vistieron con veneración y dignidad y en ella nos transmitieron su ejemplo y su amor.
Y en la caída de la noche primaveral marina almeriense, en las filas de nazarenos perdidos en el anonimato de las túnicas, idénticas en todos los hermanos, una soledad intensa y personal con Dios, haremos estación de penitencia, de forma anual y pública como testimonio de nuestra fe.
Durante mucho tiempo, padres e hijos, saldrán del hogar común vistiendo la misma túnica para acompañar a las Imágenes Sagradas, a las que han ofrendado su cariño en el discurrir procesional, convirtiéndonos los nazarenos en proclamadores de la escena evangélica, que muestra a la Cofradía como mensajera de la palabra de Jesús, en partidarios de su Verdad.
Y así seguirá haciéndose, hasta que un día, con el corazón roto, y con las lágrimas velándole la mirada, pondrá al cuerpo sin vida de su padre esa túnica de mortaja, igual a la que a él le impusieron en rito casi consagratorio, para que con ella espere, en su última morada, la Resurrección de Cristo.
Paz y Bien
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