La esperanza se convierte durante este tiempo, en realidad: Cristo ha nacido, y ha nacido para nosotros. Es el canto jubiloso de la Iglesia. Este periodo litúrgico dura en su máxima extensión cuarenta días, es decir, hasta el dos de febrero. Durante el mismo se celebran las festividades de la infancia de Jesús. Las domínicas después de la Epifanía son prolongación de la festividad central de la Navidad. La liturgia reviste tonos de marcado regocijo y al mismo tiempo refleja el amor de la Iglesia hacia la majestad divina velada bajo la figura del tierno infantillo.
Cuando la llegada del 24 de diciembre, el Niño que va a nacer, hijo de David en cuanto hombre, es Hijo de Dios, como lo demostrará con su gloriosa resurrección, y con su advenimiento al fin de los siglos, rodeado de gloria y majestad.
Y es que Jesús nace como luz que viene a iluminar nuestra mente, y debe resplandecer en nuestras obras. En el Portal está patente la benignidad y humanidad de Dios nuestro Salvador y modelo. ¡Qué júbilo el de los pastores al encontrar al Niño con su Madre y San José, y recibir sus primeras bendiciones!
Después de veinte siglos, engendrado por el Padre entre resplandores de santidad, este Niño nacido de las virginales entrañas de María en un pesebre sigue conmoviendo al mundo con estremecimiento de júbilo. Vayamos como los pastores al portal llevando al corazón lleno de sencillez y fervor. ¡El Niño ha nacido para nosotros! ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!
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