EL CALVARIO Y EL ALTAR
El Santo Sacrificio de la Misa es una renovación incruenta del sacrificio sangriento que Jesús ofreció al Eterno Padre en la Cruz. Cristo crucificado es el Sacerdote del mundo, al que ofreció su vida en nombre propio y de todos los hombres como hostia de infinito valor; y con esta inmolación voluntaria obtuvo con infinitas ventajas todos los frutos del perfecto sacrificio.
Al entrar con la debida compostura en el templo donde hay reservado, haz genuflexión sencilla (doblando la rodilla derecha hasta tocar el suelo) hacia el Tabernáculo. Dirígete ante todo al altar del Sacramento, y dobladas ambas rodillas, ora por algunos instantes. No es piedad ilustrada dirigirse a orar ante ninguna imagen, sin saludar primero a Jesucristo, realmente presente en la Eucaristía. También es falta de reverencia ir a sentarse al instante, sin haber orado de rodillas unos momentos; y es falta de respeto saludarse y hablar con las personas conocidas.
Siempre que pases delante del altar del Sacramento haz genuflexión sencilla; lo mismo se hará al pasar delante de un altar donde se está celebrando la Santa Misa. Al pasar ante un altar donde está solemnemente expuesto el Santísimo o donde se distribuye la Sagrada Comunión, se hace genuflexión doble (doblándose ambas rodillas y se inclina la cabeza). Mientras un Sacerdote consagra o eleva la Hostia o el Cáliz, todos los fieles han de permanecer de rodillas, sin trasladarse de un lado a otro. Lo mismo se ha de hacer cuando algún Sacerdote traslada al Santísimo, hasta que se aleja.
El acto de culto más grande del Cristianismo, el más sublime, excelso y divino, es sin duda alguna el SANTO SACRIFICIO DE LA MISA.
Comentarios