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Propósito de un viaje a Turón por Horacio Valera con ocasión de la Beatificación de 115 Mártires


Por si fuera de interés para su  reproducción o publicación en los especiales de prensa que se realizarán con la beatificación de 115 Mártires el próximo día 25 de marzo en Roquetas de Mar, adjunto archivo con la transcripción que he realizado de una dedicatoria que realizó mi abuelo Horacio Valera a su hijo Tomás Valera González, publicada en el Diario YUGO el 10 de mayo de 1942 (adjunto el pdf)  a propósito de una peregrinación que realizaron a Turón pocos años después de finalizar la guerra civil, pueblo en el que fue martirizado mi tío Tomas en 1938 y que será beatificado Dios mediante el próximo día 25 de marzo.

Desgarradoras palabras que salen directamente del alma de mi abuelo al presenciar directamente el lugar martirial donde le arrebataron a su hijo inocente....


Adjunto imágenes de mi tío Tomás Valera, el más alto de todos y sin gafas, acompañado de sus padres Horacio y Teresa y de sus hermanos Ginés (mi padre) y su hermana Teresa.

Ginés Valera


....


 PROPÓSITO DE UN VIAJE A TURÓN

A mi hijo Tomás, inmolado entre aquellos riscos


Por Horacio Valera


(Publicado el día 10 de mayo de 1942 en el Diario YUGO, página 4)




            Turón, pintoresco y acogedor pueblo, que cual nido de águilas se halla posado en uno de los más agrestes y pintorescos rincones de la serranía. Turón, famoso en otros tiempos, por el empalagoso dulzor de algunas de sus frutas. Turón, célebre hoy por haber sido teatro de las más ejemplares, heroicas y sublimes escenas que se han producido en nuestra Santa cruzada. Turón, célebre, porque al lado de esos confortantes hechos de tan alto valor cristiano, se han cometido tan horribles y tenebrosos crímenes que conturban el ánimo, oprimen el corazón, viniendo a la memoria el recuerdo  de aquellas hediondas ergástulas de negros cuando los hombres traficaban con carne humana. ¡Turón!...¿quién no se estremece al oir este nombre?

            Entre los varios actos celebrados en el pueblecillo con motivo de la peregrinación organizada el día de la Santa Cruz, merece capítulo aparte el emocionante Vía Crucis que empezado en la misma puerta de la Iglesia, relicario de tantos afanes, crisol en el que se fundieron tantos mártires, santuario que veneran las futuras generaciones recorriendo esa famosa cuesta que no habrá pluma que por inspirada que sea, que logre describirla en toda su salvaje grandeza, que, conforme va subiéndose, se va haciendo más empinada, más agreste, más inaccesible, erizada de agudos, afilados y cortantes guijarros, sembrada de pedruscos y chinorros, bordeada de espinos, abrojos y jarales, que más que para que la transiten personas parece hecha para lobos y alimañas y termina, allá lejos, en los peñascales llamados El Colaillo, donde parece que se junta la tierra con el cielo.


            Esa horrible cuesta que nosotros escalamos alfombrada de pétalos de flores, paso a paso, acompañados por el pueblo en masa, por las Autoridades, los Sacerdotes y demás Peregrinos , en medio de un impresionante silencio, solamente interrumpido por el susurro de las plegarias, el bisbiseo de los fervorosos rezos, por algún otro emocionado suspiro o por el recuerdo de los supervivientes, cuando señalaban el lugar de un suplicio, la subieron, ¡pero de qué diferente manera! nuestros queridos deudos, la subieron no una, sino mil veces, como bestias en rebaño, acuciados, fustigados a palos, varazos y pedradas por aquellos verdugos que más que hombres eran abortos del averno enviados por Satanás para probar el temple de nuestros hermanos, que al mismo tiempo que sentían crujir sus carnes bajo el peso de los látigos, sentían en sus almas los trallazos de las blasfemias, de las palabrotas y de las maldiciones, que lanzaban aquellos malditos impíos, que creían alcanzar la felicidad martirizando corporal y espiritualmente a tantos cristianos. ¡Insensatos!

            La comitiva seguía subiendo la cuesta, como digo, lenta, pausadamente, son las obligadas paradas para rezar las estaciones del Vía Crucis, y aún así, algunas personas, no teniendo fuerza para terminarla se iban quedando rezagadas, un grupo acá, allá otro...Eran mujeres que, transidas de pena, rotos los nervios por tanta emoción, maltrechas y agotadas caían de hinojos, con las manos cruzadas sobre el pecho, anegadas en llanto quedando en éxtasis, pidiendo, quién por el esposo, quién por sus hijos, quién por sus hermanos, mientras los demás seguíamos siempre hacia arriba por aquel camino, solo comparable al que conduce al Gólgota. Cuesta de la Amargura, sí; porque en ella la sufrieron hasta apurarla aquellos haraposos, ancianos, enfermos y hambrientos cautivos que, sintiendo espantados cómo les abandonaban las fuerzas, cómo flaqueaban sus doloridas piernas, cómo les invadía el desmayo de la debilidad, de la desesperación de la impotencia, el acelerado latir de sus afligidos corazones, la opresión de sus abrasadas gargantas, el ahogo de la fatiga, la resecación de sus fauces, el sudor frío que dá al escaparse la vida, exhaustos, agotados, dirigiendo con sus vidriosos ojos una última  mirada al cielo y pronunciando un casi imprescindible ¡Viva Cristo Rey! se dejaban caer pesadamente al suelo, en donde eran vilmente asesinados, en apretado, postrer y ya eterno abrazo, primero dos hermanos y después, cuantos carecieron de energías para escalar, corriendo y cargados, aquellas trágicas peñas.
           
            Cuesta de la Esperanza, porque la sola y obsesionante ilusión de aquéllos infelices espectros, que salían muy temprano de la Plaza del Pueblo, cargados con las herramientas del trabajo, era la de llegar a su cúspide sin flaquear, aunque la fatiga los asfixiase, aunque se hubieran dejado trozos de su piel  entre los breñales, sin importarles  la sangre que brotaba de sus pies descalzos con las que regaban a diario aquella senda de desventura, porque creían que salvado aquel obstáculo de pesadilla, tenían más esperanza de volver a sus lejanos hogares, en donde entre sollozos y rezos se pedía a Dios que los protegiera.

            ¿Cuesta de los Llantos? No, nunca; eran muy viriles para llorar en presencia de sus verdugos, pues si aquellas fieras se hacían más carniceras, más implacables y más inhumanas era al contemplar el estoicismo, la serenidad, la desconcertante resignación del martirizado, y si por azar brotaba en sus ojos una furtiva lágrima por sus flácidas, macilentas y sudorosas mejillas, iba a caer a los pies de aquéllos chacales, nunca era producida por la desesperación, sino por el emocionado recuerdo de la querida esposa, de los adorados hijos, de los ancianos padres o de la cariñosa prometida.  Nuestros mártires son del temple que da la Fe, y muy distintos a los que hoy al enfrentarse con la justicia para dar cuenta de sus horrendos crímenes, tiemblan y lloran como débiles  mujerzuelas y, balbuceando cobardemente, afirman que ellos no han hecho nada ¡Miserables!

            Cuesta Gloriosa porque muchos que la recorrieron por última vez, para no bajarla más, se iban acercando inconscientemente a aquella hermosa bóveda celeste que los cubría,, en donde tenían señalado un destacadísimo lugar para brillar como rutilantes luceros.


            Subían...subían impedidos por una fuerza sobrenatural que los empujaba hacia arriba.

            Subían...subían llamados y elegidos por Dios que los estaba esperando para entregarles y ceñir en sus sienes la corona del martirio y sentarlos a su lado, donde estarán gozando de la dicha eterna.

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