MARÍA SALINAS, SACRISTANA DE LA PARROQUIA DE SANTIAGO APÓSTOL Y FERVOROSA DEVOCIÓN POR LA VIRGEN DEL PERPETUO SOCORRO
Del libro "La Iglesia en Almería y sus Obispos", escrito por el Excmo. Sr. Dr. Don Juan López Martín, (q.e.p.d.), canónigo archivero de la Catedral almeríense, en su página 1268 del citado Libro, editado por la IEA, Unicaja y la Rural, manifestó, cómo sucedieron los hechos de la detención del Beato mártir Don Diego Ventaja Milán, Obispo de Almería.
"Don Diego, con la serenidad que le va a caractizar durante el tiempo de su viacrucis, les dijo: "Aquí estoy, ¿qué queréis?". Dos de aquellos milicianos le cogieron por los brazos y le empujaron hacia la escalera principal del Palacio Episcopal. Aunque los familiares le rogaron que vistiese de paisano, no quiso despojarse de su traje talar ni de sus insignias episcopales. Don Diego, con las manos en la cruz pectoral, les siguió sin proferir palabra. Los milicianos le llevaron hasta el cuartelillo de Seguridad, situado en la misma plaza de la Catedral, esquina con la calle Eduardo Pérez. Le siguió su familiar, Don José Vizcaíno. En palacio quedaron el sacerdote don Juan Garrido Requena profundamente impresionado, y la cocinera María Salinas, que lloraba desconsoladamente. Posteriormente fue liberado regresando a palacio.
"Don Diego, con la serenidad que le va a caractizar durante el tiempo de su viacrucis, les dijo: "Aquí estoy, ¿qué queréis?". Dos de aquellos milicianos le cogieron por los brazos y le empujaron hacia la escalera principal del Palacio Episcopal. Aunque los familiares le rogaron que vistiese de paisano, no quiso despojarse de su traje talar ni de sus insignias episcopales. Don Diego, con las manos en la cruz pectoral, les siguió sin proferir palabra. Los milicianos le llevaron hasta el cuartelillo de Seguridad, situado en la misma plaza de la Catedral, esquina con la calle Eduardo Pérez. Le siguió su familiar, Don José Vizcaíno. En palacio quedaron el sacerdote don Juan Garrido Requena profundamente impresionado, y la cocinera María Salinas, que lloraba desconsoladamente. Posteriormente fue liberado regresando a palacio.
"...Los pocos sirvientes que quedaban en palacio estaban nerviosísimos. María Salinas volvió de nuevo a la carga, preocupada por la vida del obispo. Le ofreció su pobre casa en la Calle Beloy, una calle estrecha situada muy cerca de palacio. En aquella humilde vivienda podría pasar inadvertido. Evitaría otros registros, los efectos de las bombas y la misma detención. Don Diego mantenía una paz y una serenidad verdaderamente contagiosas. Le contestó: "Gracias, María, no me marcho. Las pobres monjas quedarían muy desconsoladas si saben que su obispo se ha marchado de palacio y se ha escondido". María Salinas le insiste : "¿Es que puede usted aliviarlas en algo?. Pero él, con gesto serio, propio de su carácter dulce, como muchos reconocen, pero tenaz y duro, le responde: "¡Yo no me marcho!."
Con el acta de incautación del palacio episcopal, llegó el gobernador civil don Juan Ruiz- Peinado Vallejo, quien se ofreció a acompañar a don Diego y de hecho lo hizo hasta la casa del vicario general, don Rafael Ortega Barrios. Se marcharon con el obispo el familiar don José Martínez Vizcaíno, el sacerdote granadino don Juan Garrido Requena, huésped y amigo, y la cocinera doña María Salinas Chueca. Todos llevan consigo las ropas y enseres más precisos.
En la casa del vicario se acomodaron como pudieron. María Salinas tenía que desvivirse para encontrar alimentos para todos.
Entre tantos, varios milicianos hicieron un minucioso registro en la casa, obligando a María Salinas, sumamente asustada, a abrirles todos los armarios y cajones.
El día 12 de agosto, sobre las once de la mañana, llegó un coche de la policía y se llevarón a los dos obispos (Manuel Medina Olmos y Diego Ventaja Milán), y a los cuatro sacerdotes que vívían con ellos, dirigiéndose al Convento de las Adoratrices, donde fueron detenidos, aunque decían los milicianos que estaban en situación de acogidos, con intención de garantizar sus vidas.
En los primeros días se permitió a los presos acudir a recogier la cesta de comida que les traían. Gracias a esta circunstancia, María Salinas Chueca pudo ver diariamente durante unos instantes, a don Diego. También les visitó Doña Carmen Góngora López (fundadora del Sindicato de la Aguja).
El día 29 de agosto, como siempre, María Salinas acudió con la cesta de comida y pudo ver y decir adios a don Diego desde lejos. Al devolverle la cesta vacía vio que en su interior venía una nota de don José M. Martínez Vizcaíno en la que decía: "estamos todos".
Los ejecutores del crimen no se conformaron con matar. Intentaron hacer desaparecer los cadáveres. Llegó el momento del holcausto. Esta también es la Memoria Histórica.
En los años setenta conocí a María Salinas, y compartimos muchos ratos de conversación, sobre todo, era una mujer de suma piedad, con una devoción por la Virgen del Perpetuo Socorro, pero también, a la Soledad, a cuya sagrada imagen colocaba con suma reverencia el rostrillo a la Virgen de los Dolores, todos los años cuando salía penitencialmente en el cortejo procesional del Viernes Santo y durante el Septenario. Con una edad avanzada seguía manteniendo la Iglesia de Santiago de forma inmaculada, pendiente de todo, con gran raza. Una gran mujer, que en esos años que hacíamos nuestra vida pastoral como monaguillos en la Parroquia, nos enseñó el amor a la Iglesia y a los sacerdotes, y sobre todo el servicio a la comunidad parroquial.
Comentarios
Un saludo y enhorabuena.