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Otra Iglesia fue posible.El Concilio Vaticano II cumple hoy 50 años en pleno frenazo de la apertura del catolicismo que impulsó.


El Concilio Vaticano II, inaugurado por el pontífice Juan XXIII hoy hace medio siglo, fue para laIglesia católica, con las debidas distancias, lo que el mayo francés de 1968 para la transformación de la sociedad. «Un terremoto saludable», en palabras del papa Benedicto XVI. No obstante, el aperturismo que planteó la asamblea no se ha concretado debido al giro hacia posturas conservadoras que ha dado la jerarquía eclesiástica en las últimas décadas.
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La ceremonia de apertura del Concilio Vaticano II, en la basílica de San Pedro y presidida por Juan XXIII, el 11 de octubre de 1962.
La ceremonia de apertura del Concilio Vaticano II, en la basílica de San Pedro y presidida por Juan XXIII, el 11 de octubre de 1962. AP / JIM PRINGLE

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Información publicada en lapágina 30 de la sección de cv Sociedad de la edición impresa del día 11 de octubre de 2012
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Joseph Ratzinger, a quien durante el concilio el Santo Oficio controlaba en Roma por sus ideas progresistas, gobierna hoy una Iglesia que, de no cambiar planteamiento y estructura, muchos consideran que ha llegado al borde de una implosión, porque en muchas partes del mundo los católicos ya no siguen a Roma. Es significativo que el antiguo teólogo aperturista haya firmado como Papa un documento en el que se afirma que la única religión verdadera es la católica y reintroducido la misa en latín. Y no existe, además, continente sin teólogos procesados o amonestados por sus ideas.
El concilio dejó una mirada distinta de los católicos sobre sí mismos y sobre los cambios en la modernidad en la que les tocaba vivir. «Es una pequeña semilla», dijo Juan XXIII antes de inaugurar el concilio, que llevó a Roma a 2.251 obispos. Era la primera vez en casi 2.000 años en que los obispos procedían de todo el planeta (116 países). Era el primer concilio no reunido para condenar a alguien o alguna doctrina, sino para repensar la Iglesia frente a un mundo nuevo. Pudo ser una revolución.
El teólogo Vito Mancuso resume que «tuvo una mayoría progresista y una minoría conservadora, pero 50 años después la minoría se ha vuelto mayoría y está haciendo tabla rasa del campo adversario». El difunto cardenal Carlo Maria Martini insinuó que haría falta un Vaticano III.
CLÉRIGOS Y FIELES
La democratización fallida de la Iglesia

Tras el concilio, un domingo los curas empezaron a celebrar misa en catalán, castellano o suajili. Sin dar la espalda a los fieles sino mirándoles. El cambio comportó dar la vuelta a los altares y dejar de usar el latín. La nueva perspectiva reflejaba el cambio que Juan XXIII había definido como «primavera de la Iglesia».
El Concilio Vaticano II se prolongó por tres años, de 1962 a 1965, durante los que murió Juan XXIII y le sucedió Pablo VI, y produjo 16 documentos. La Iglesia fue definida como el «pueblo de Dios» y no solo el estamento clerical, y se explicó que no era ajena al mundo, sino que debía comprenderlo. También dejó claro que las otras religiones merecían respeto.
La Biblia, casi escondida a los fieles, fue difundida, ortodoxos y protestantes pasaron a ser «hermanos separados» y los judíos, «hermanos mayores». La libertad de conciencia fue reconocida y el poder en la Iglesia fue interpretado como «colegial». Una consecuencia fue la internacionalización de la curia, cambio que debía proseguir con un cogobierno del Papa con los obispos, para lo que nacieron los sínodos, asambleas episcopales de los papas que finalmente se quedaron en solo consultivas. El impulso del concilio terminó así. «Lo que se ha perdido es precisamente aquel entusiasmo, hemos vuelto a la mediocridad», apuntó el cardenal Martini.
LA SOCIEDAD
De la promesa de apertura al inmovilismo

El Concilio dijo a los católicos que ellos no eran ajenos a la sociedad, sino que debían aceptarla como era; aceptó el progreso de las ciencias y explicó que hombre y mujer eran iguales ante Dios y que la familia era, sí, el núcleo básico, pero que su función no se agotaba en la procreación, porque en la pareja había también el amor, lo que en el ámbito sexual suponía no solo un empuje para la libertad de conciencia, sino también para lo que se llamó una «paternidad responsable», en oposición a la función meramente reproductiva que el sexo había tenido para la Iglesia hasta entonces. Muchos obispos quisieron dejar en manos de las parejas el control de la natalidad, pero una minoría organizada se opuso.
50 años después, el concilio todavía despierta pasiones encontradas. Los seguidores de Marcel Lefebvreobispo declarado cismático, rechazaron las novedades del Vaticano II. El teólogo Hans Küng, excompañero de enseñanza de papa Ratzinger, afirma que la Iglesia sufre «una crisis de sistema» y hay grupos de laicos que definen el concilio como «la revolución frustrada de la iglesia».
En los escritos de la derecha católica se pueden leer críticas al concilio que, unidas al triunfo de los conservadores dentro de la jerarquía eclesiástica al que aludía antes Mancuso, explican el inmovilismo de la Iglesia en materias como la ciencia, el sexo y la orientación sexual. Por ejemplo: «Los decenios que nos separan del concilio han sido infectados por gérmenes heréticos y subversivos que han abierto las puertas a la disolución teológica, espiritual y moral de la que todos somos víctimas».
LA DISIDENCIA
La movilización frente a la postura oficial

El Vaticano II generó una «sensación de entusiasmo, alegría y apertura. Se salía finalmente de una atmósfera enmohecida y con regusto a viejo, se abrían puertas y ventanas y circulaba aire puro», dijo el cardenal Martini.
Pero, frente al frenazo ocurrido después, han surgido centenares de redes, integradas por laicos, religiosos, intelectuales, obreros, homosexuales y heterosexuales, que viven el concilio de forma especial.
Somos Iglesia, una de ellas, presentó ayer en Roma su conmemoración del 50º aniversario del concilio. Su manera de mantenerse fiel al espíritu del Vaticano II, al que la «Iglesia oficial», opina la organización, se ha hecho cada vez más resistente, es una concepción de la institución como «colegial y democrática, con pluralismo y diálogo; con igualdad de género y aceptación de las diversas orientaciones sexuales; la ordenación de mujeres y de personas casadas para el servicio del pueblo de Dios y no para propiciar un nuevo clericalismo... »
«Hay que relanzar el espíritu del Concilio Vaticano II contra la restauración conservadora de los últimos 30 años llevada a cabo por el papa Wojtyla y el papa Ratzinger», porque aquel «viento de aire puro está hoy encarcelado», afirma el teólogo Mancuso.
ROSSEND DOMÈNECH
ROMA

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