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La mujer de mantilla almeriense

Separándose de la más pura ortodoxia de la Semana Santa procesional sevillana donde no acompañan a la Virgen en su estación de Penitencia, las Mantillas, incluidas las Camareras (encargadas de vestir a la Virgen y guardar todo su ajuar) siguen manteniendo en Almería su tradicional situación en el orden del cortejo procesional, antecediendo siempre en varias filas horizontales a los Pasos de Palio de la Virgen en sus distintas advocaciones marianas, excepto en los séquitos de los Pasos de Caridad y el Perdón, donde no participan conforme a sus reglas corporativas.

En un principio, los primeros velos y mantos fueron usados por la mujer del pueblo llano más bien para cubrirse la cabeza y como prenda de abrigo. Pero a comienzos del siglo XVII, se iniciaría una evolución de la mantilla tendiendo a una pieza más ornamental y decorativa en la vestimenta femenina, al ser sustituido el basto paño popular por los encajes, más finos y delicados y erguida sobre una peineta para darle prestancia.

La Reina Isabel II (1833-68), muy dada al uso de tocados y diademas, contribuyó enormemente a extender el empleo de este tocado alto y distinguido entre las damas de la corte y la aristocracia. Como sería que durante el breve reinado de Amadeo de Saboya (1870-73) y su esposa María Victoria, se produciría la llamada “conspiración de las mantillas” que representó el rechazo de la mujer hispana a adoptar la moda intrusa de la nueva realeza de salir a la calle tocada con sombrero, algo insólito por estas tierras, siguiendo adornándose con la clásica mantilla y peineta española.

Entrado el siglo XX, la mantilla dejaría ya de ser una prenda de uso cotidiano y cayó en desuso, salvo la conocida toquilla, pañuelo triangular que utilizaban las señoras y devotas en la Iglesia para asistir a la Eucaristía y los cultos en señal de recogimiento, ocultando la cabellera.

Actualmente, únicamente se lucen mantillas negras y peinetas cuando la mujer acompaña a los Pasos procesionales de la Virgen en Semana Santa, simbolizando el luto y el dolor por la muerte de Cristo, asistiendo a los oficios litúrgicos del jueves y viernes Santo o visitando los monumentos instalados en las Parroquias, así como el la procesión del Corpus Christi o del Resucitado, en cuyo caso suelen ser blancas o de color hueso pues representan alegría, no luto. Y muy rara vez en los toros y bodas, siendo la mantilla de color y los trajes alegres y femeninos, donde la mujer española se atavía con la prenda más castiza y que mejor marco ofrece a la belleza mediterránea. Muy exótica al criterio más tradicional cofrade resulta la mantilla de color burdeos de la Cofradía de San Juan, en Almuñécar, que llevan sus mujeres el jueves santo en su salida procesional.

La mantilla deberá contar con el largo adecuado a cada mujer. Por la parte delantera, deberá caer hasta la altura de las manos, y por la parte trasera, unos dedos por debajo de la cadera. Para evitar su vuelo se sujeta al vestido de forma discreta en cada hombro.
En su hechura se suele utilizar blonda (un tipo de encaje de seda, caracterizado por los motivos florales que se realiza en seda más brillante que el resto con ondulaciones de sus bordes, las conocidas puntas de castañuelas por su similitud con éstas); chantilly (tejido profusamente bordado proveniente de esta ciudad francesa) o tul (popularmente mantillas de encaje: es una tela delgada y transparente, de seda, hilo o algodón, que imita las mantillas de blonda y chantilly).

Por lo que respecta a la peineta (preferiblemente de carey o concha antes que de material sintético), hay que elegir una adecuada en función de la altura. Siempre bien ajustada al moño con horquillas y cubierta de forma correcta y equilibrada con la mantilla, cubriendo el imperdible con un broche grande, joya de gran valor que suele ser heredada de madres y abuelas. Otros complementos suelen ser los guantes negros (o blancos, según la ocasión) de rejilla, la medalla de la corporación al cuello y el clásico rosario para llevar las cuentas del rezo. Media negra transparente y zapato de salón cómodo, con tacón medio o alto, completan la clásica equipación.

Sin flores, collares, adornos o ropa inadecuada en el largo o escote o ceñimiento, manga francesa en el vestido de seda, terciopelo, lana, encaje… o chaqueta, procesiona la mujer de mantilla almeriense y mira la enlutada siempre al frente, en silencio, con recogimiento y devoción acompañando a la Virgen de su devoción.

Ginés Valera Escobar

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