25 años de un suceso
luctuoso que la Providencia repuso con creces espirituales
JUEVES SANTO, 4 de
abril de 1996, y como todos los Jueves Santos, día del Amor fraterno con la
institución de la Eucaristía, un festivo día soleado, que se tornaría en la oscura
luz. Era habitual, que quienes teníamos
responsabilidades cofrades, a primera hora de la mañana, tras haber estado en
las recogidas de las Cofradías del Prendimiento y Los Estudiantes, nos encamináramos camino de nuestras iglesias,
a nuestras Cofradías penitenciales, donde horas más tarde, realizarían la
correspondiente Estación de Penitencia.
Nada nos hacía
presagiar, ni en los periódicos recién comprados, ni escuchando las noticias a
esa hora, pero al llegar, detectábamos que algo ocurría, al visualizar desde la
distancia, que quienes se habían adelantado y ya estaban presentes, en vez de
estar con las tareas habituales, estaban llorando y otros con rostros
apesadumbrados. No nos podíamos creer lo que nos contaban en ese momento, no
dábamos crédito, parecía una broma de mal gusto, el peor de los presagios que
podíamos pensar, el hecho luctuoso más impactante tras la quema de imágenes
durante la Guerra inCivil, “la
Cofradía del Prendimiento se había quemado”. Esta fue la primera expresión que
escuchábamos tras fijarnos con ansiedad
en cada uno de los que estábamos en la iglesia de los franciscanos.
De ahí, marchábamos a paso
ligero, sin apenas cruzar alguna palabra, camino de la Catedral, haciendo
elucubraciones de qué habría podido pasar, otros comenzaban a realizar juicios
de todo tipo, más propio de apenados sentimientos, que de racionalidad
empírica. Al llegar a la plaza de la Catedral, sentíamos una especie de
“mariposeo estomacal”, nos encontramos con hermanos de la Cofradía del
Prendimiento, que apenas podían dirigir y gesticular palabra, solo miradas globalizadas perdidas en la eternidad
del espacio. Impresionante el dolor.
Una vez en el interior
del templo catedralicio y al ver como habían quedado el paso Bajo Palio de la
Virgen de la Merced y el paso del fervoroso y devocional Jesús Cautivo de
Medinaceli, se me vino al sentir del corazón y del alma, la octava Estación de Vía Crucis, cuando Jesús consuela
a las mujeres de Jerusalén “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más
bien por vosotras y por vuestros hijos…”.
El día fue avanzando a
lentitud, un id y venir, y a pesar de los pesares que producían en un primer
momento la congoja de cuantos amamos vocacionalmente la Semana Santa como
expresión de la real representación de la Pasión, Muerte y Resurrección del
Hijo del Hombre y de Dios, comenzaron a surgir providencialmente el consuelo
ante tanta amargura y angustia. La Providencia se hizo presente, como un
Arquitecto, y la esperanza se hizo una realidad pública y notoria.
Comenzó a recibir la
Cofradía del Prendimiento, como agua de mayo primaveral, un cúmulo de
ofrecimientos de carácter espiritual y material, que permitió que la
Sacramental y Concepcionista Hermandad, en solo un año litúrgico, se convirtiese
fraternalmente en la “Cofradía del pueblo”, de toda una sociedad civil
almeriense, que junto con sus autoridades civiles y religiosas, surgieron el
compromiso de llevar a puro y debido efecto, la restauración de todo el
patrimonio religioso que las llamas de un alegórico purgatorio habían calcinado.
El Cautivo de
Medinaceli durante su bendición sagrada, fue expresión genuina del catolicismo
popular, denominándose por esta religiosidad del pueblo como “El Señor de
Almería”, y tras Él, su Beatísima Madre, María Santísima de la Merced en sus
Misterios Dolorosos y Ánimas Benditas del Purgatorio, al volver el siguiente
Miércoles Santo a ser la Reina y Soberana del Prendimiento de Jesús en Getsemaní.
Las bendiciones de las nuevas imágenes en total comunión eclesial, fue todo un
clamor de amorosa fraternidad entre todas las Hermandades y Cofradías de
Almería y la sociedad civil almeriense que se sumó con gozo a recuperar con la
mayor celeridad que Almería fuese más cofrade y más nazarena.
Este hecho supuso en el
concierto cofrade de la capital, un punto de inflexión para dar testimonio a
los fieles, cofrades y no cofrades, que la religiosidad popular almeriense
había alcanzado un recto proceder de madurez pastoral en la Agrupación de
Hermandades y Cofradías al volcarse en cooperar y colaborar junto con la
participación de otras entidades públicas y privadas y personas físicas y
jurídicas en recuperar, no solo el patrimonio desaparecido tras el incendio,
sino también la restauración de todo aquello que se vio afectado por el humo y
las cenizas que se desprendieron en el interior de la Catedral y las Cofradías
que tienen su erección canónica en dicha sede episcopal.
Rafael Leopoldo Aguilera
Artículo publicado en el Diario de Almería 23.03.2016
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