Este lunes 2 de junio de 2014 se ha anunciado la «abdicación» del Jefe de Estado constitucional de España, Juan Alfonso, sucesor de Francisco Franco «a título de rey» con el sobrenombre de Juan Carlos. Él mismo lo ha confirmado en mensaje leído ante las cámaras de televisión.
Tiempo habrá para el sosegado juicio histórico. Hoy toca a la Comunión Tradicionalista, salvaguarda de las leyes tradicionales de las Españas, recordar que Juan Carlos no puede abdicar porque legítimamente nunca ha reinado. Ni heredó ningún derecho de sucesión de nuestra Monarquía, ni lo transmite a su hijo Felipe. Ha ostentado una jefatura, o presidencia, de facto, gracias a una sucesión de contrafueros y golpes de estado. Ha sido la perfecta encarnación del régimen de corrupción y disolución que ha presidido una de las etapas más negras hasta ahora de la historia de España. Ha sido el hombre de los intereses extranjeros, que le han sostenido. Ha sido un destacado enemigo de la Religión y de la Patria.
El actual depositario de la legitimidad dinástica es el Infante Don Sixto Enrique de Borbón y Borbón Busset, Duque de Aranjuez. Al margen de él no hay monarquía, sino república coronada y colonia sometida al extranjero.
Información: Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón
La institución encarna en una persona. Y la monarquía requiere de un rey. Y el legitimismo precisa de un rey legítimo opuesto al usurpador. El carlismo sin rey es un absurdo que sólo cabe en quienes en su fondo último han abjurado del legitimismo, para quedarse en tradicionalismos abstractos que no pueden –y por eso, salvadas las loables inconsecuencias, suelen– sino desembocar a la postre en obediencias democristianas.
La prolongación de un legitimismo que no logra acceder al poder y restaurar la legitimidad, tiende al folclorismo. Y pese a ello, entre nosotros, hasta las trágicas consecuencias del II Concilio Vaticano, coincidente en el tiempo con la traición de Don Carlos-Hugo, puede afirmarse la continuidad política eficaz de la adhesión a unos príncipes. Aun con cientos de grupos y grupúsculos, de escisiones y divisiones, y mediando incluso el agotamiento del tronco de la dinastía, con la necesidad de podar varias ramas.
Y el Rey Don Javier de Borbón Parma reunió en su torno la lealtad secular. Como hoy debiera el carlismo seguir con afán a su hijo Don Sixto Enrique. Su reciente manifiesto, última cuenta de un rosario de actividad discreta pero sostenida al tiempo, lo prueba. Por su fidelidad a los principios de la tradición española tal y como los codificó el Rey Don Alfonso Carlos.
Por su acertada visión de la coyuntura presente del mundo. Por su trayectoria al servicio de la causa de la Cristiandad y de la Hispanidad en particular. Don Sixto Enrique, hombre inteligente y culto, inquieto y viajero, firme en la tradición de la Iglesia de siempre y en la del legitimismo carlista. He ahí al hombre. El hombre que España necesita para que se prolongue la continuidad venerable de la monarquía tradicional.
Legítima de origen y de ejercicio. Lo demás son discursos republicanos bajo protesta de monarquía. Paradoja semejante a la que en otros órdenes acompaña en bien conocidos ambientes a las cada vez más frecuentes prédicas conformistas de inconformismo y a alocuciones liberales de catolicismo “en la vida pública”. El carlismo tiene un signo bien neto: íntegramente legitimista y tradicionalista. El debilitamiento de sus notas constitutivas, consciente o involuntario, puede aparecer exigido por respetables opciones personales o simular que obedece a razonables exigencias del tiempo, pero en todo caso significa un nuevo camino. Buen viaje. Que lo siga quien lo desee.
Pero que no se encubran los nuevos puertos cuyo abrigo se pretende. El carlismo no sólo cree que ante Dios no hay héroe anónimo; también ha sido siempre una milicia de soldados conocidos. Con un capitán que sabe quién es.(M. Anaut: “El hombre y la institución (lo que España necesita)”. Véase carlismo.es, 23 septiembre, 2002)
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