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Luis Alfonso de Borbón, el eterno pretendiente

"No es un camino fácil. Puede que la idea de llegar a serlo en vida sea demasiado optimista, lo cual no es muy grave. Trabajo también pensando en mis hijos”. Así respondía Luis Alfonso de Borbón en junio de 2010 a un periodista de la revista francesa Paris-Macht que le preguntaba sobre sus opciones de convertirse en rey de Francia.
El hijo menor de Carmen Martínez-Bordiú y Alfonso de Borbón Dampierre (1936-1989) acababa de ser padre por segunda y tercera vez a un tiempo con el nacimiento de sus gemelos, Luis y Alfonso. El primero, convertido ya en delfín de Francia por la azarosa fortuna de haber salido un minuto antes del vientre materno.
En la misma entrevista, Luis Alfonso hacía una encendida defensa dellegado de Francisco Franco: “Creó la clase media española, plantó bosques, hizo lagos y carreteras, e impidió que el país entrara en guerra y que el comunismo se instalara. Evidentemente, se produjo la Guerra Civil, pero él no la había querido”.
Y es que el pretendiente a la corona francesa, que el pasado 25 de abril cumplió 39 años de edad, ha recibido una doble y complicada herencia: es bisnieto de Francisco Franco y de Alfonso XIII. Una combinación que le abre y cierra a un tiempo las puertas de la historia. Ser bisnieto de Alfonso XIII le obliga a mantener un estatus de realeza que el propio rey en el exilio negó a su padre. Y su afición a elogiar a su otro bisabuelo no es la mejor tarjeta de visita en la España democrática. ¿Sería esa la razón de que ningún pariente de don Juan Carlos asistiera a su boda con la multimillonaria venezolana Margarita Vargas Santaella, celebrada en Santo Domingo en noviembre de 2004?

En Francia cuenta con una pequeña guardia pretoriana de legitimistas y un secretario de ‘monseineur’
“No, en absoluto. La razón está en las invitaciones, donde constaba como alteza real, lo cual es ilegal de acuerdo con la legislación española. Eso impidió que asistieran a la boda miembros de la familia real española y de otras familias reales europeas”, dice José Rodolfo Díaz Lussnigg, experto en genealogía y autor de El árbol genealógico de los Reyes de España. Díaz Lussnigg recuerda además: “Luis Alfonso no pertenece a la familia real; es pariente del Rey, que es muy distinto. Y como tal —hijo de un primo carnal de don Juan Carlos— asiste a bodas, bautizos o funerales reales en el puesto protocolario que le corresponde”. Luis Alfonso estuvo, por ejemplo, en la boda de los príncipes de Asturias, en mayo de 2004. Y aunque frecuenta poco a sus parientes reales, es asiduo de Hola!, por su asistencia a actos benéficos y torneos de polo.
En Francia cuenta con una pequeña guardia pretoriana de sostenedores legitimistas y un denominado secretariado demonseigneur, le duc d’Anjou, que responde negativamente —tras media docena de mensajes electrónicos— a la petición de EL PAÍS de entrevistar a Luis Alfonso de Borbón.
Alto, con tendencia al sobrepeso, gran deportista, católico y muy conservador, el bisnieto de Alfonso XIII ha tenido una infancia marcada por la tragedia. Sus padres se separaron cuando apenas tenía seis años; perdió a su hermano mayor, Francisco, en un accidente de tráfico en el que él sufrió heridas muy graves, antes de cumplir los 10. Y a los 15 años se quedó huérfano de padre.
Son circunstancias que pueden trastornar una vida. Luis Alfonso creció apegado a su abuela materna, la duquesa de Franco. Se educó en el Liceo Francés de Madrid y estudió Empresariales en el Colegio Universitario de Estudios Financieros (CUNEF), un centro privado dependiente de la patronal bancaria. Fue un adolescente antipático, capaz de exigir a sus guardaespaldas mano dura con los paparazis que le perseguían, tal y como señala José Apezarena en la biografía Luis Alfonso de Borbón. Un príncipe a la espera, publicada en 2007 por Planeta. Un niño pijo convencido de que el mundo se lo debía todo, fascinado por el brillo de sus apellidos.
No tuvo dificultades a la hora de encontrar empleo. Primero en el banco Banif y luego en BNP-Paribas, hasta que en 2001 conoció en Caracas a Margarita Vargas, nueve años menor que él, hija de Carmen-Leonor Santaella, heredera del dueño del Banco Occidental de Descuento, y de Víctor José Vargas Irausquín, actual presidente de la entidad que financió al difunto presidente Hugo Chávez. Tres años después de aquel encuentro, Margarita y Luis Alfonso se casaban, y el yerno del banquero venezolano pasaba a llevar las relaciones internacionales del banco familiar.
¿Qué mejor tarjeta de visita para una institución financiera que un glamuroso título real y un escudo con las flores de lis? ¿Y qué mejor combustible para mantener vivas las pretensiones dinásticas que los millones de la familia política?

El matrimonio y la paternidad han dado a la aspiración dinástica de Luis Alfonso de Borbón una nueva densidad. Sus hijos gemelos 
fueron bautizados, con gran boato protocolario, en la basílica de San Pedro del Vaticano en septiembre de 2010. Ofició la misa el cardenal Angelo Comastri, vicario entonces de Benedicto XVI.La fortuna de los Vargas-Santaella es una de las mayores de América Latina. Y el aspirante al trono francés no había recibido otra herencia a la muerte de su padre que la indemnización millonaria que cobró en 1994 de la empresa responsable de la estación de esquí de las Montañas Rocosas (EE UU) donde Alfonso de Borbón se desnucó con un cable imprudentemente tendido de un lado a otro de la pista.
Todo un golpe de efecto a su favor en el pulso que mantiene conEnrique de Orleans, conde de París, gran rival de su padre y ahora suyo en la batalla por el trono francés. “Con independencia de las pocas probabilidades de que en Francia se reinstaure la monarquía, el heredero reconocido al título es el conde de París”, sostiene Díaz Lussnigg.
El abogado José Antonio Dávila, ex asesor jurídico del fallecido duque de Cádiz, está en parte de acuerdo. “Lo lógico sería que los Orleans fueran reyes si un día se reinstaura la monarquía en Francia. Porque son franceses”. El conde de París nació en Bélgica, pero lleva décadas viviendo en Francia. Luis Alfonso, aunque tiene doble nacionalidad, nació en Madrid, donde reside tras una etapa en Caracas y en Nueva York.
“Pero él es el jefe de los Borbones y de la casa real francesa”, añade Dávila. Una línea que iría desde el conde de Chambord (último pretendiente francés al trono, muerto sin descendencia) hasta su abuelo, el infante Jaime, segundo hijo de Alfonso XIII, reconocido como pretendiente al trono por los legitimistas franceses en 1941. Don Jaime, sordo desde los cuatro años, se vio obligado a renunciar a la Corona española por esa limitación física, una vez que su hermano mayor quedó descartado por un matrimonio desigual. “Pero nunca renunció a los derechos de los Borbones en Francia”, advierte Dávila, que minimiza, sin embargo, la importancia del título. “Se trata de unos derechos históricos, sin ninguna trascendencia práctica. Y hoy día la cuestión le interesa a muy poca gente en el mundo”.
Pocos y mal avenidos. Los Orleans, una rama menor de los Borbones, descendientes de un hermano de Luis XIV, el rey Sol, invirtieron su enorme fortuna familiar en potenciar su causa, hasta que el padre del actual conde de París, fallecido en 1997, optara por dilapidarla concienzudamente. Aun así, los Orleans tienen, de antiguo, un lado projacobino. Un miembro de esta rama votó a favor de la ejecución del rey Luis XVI en la Revolución Francesa. Y tras la Restauración borbónica, otro Orleans le birló el trono a Carlos X, hermano del rey guillotinado, gracias a la revolución de 1830. Tras no pocos avatares, revoluciones y restauraciones, la V República francesa, que se constituyó en 1958, tiene todos los visos de durar.
Eso no impide que Luis Alfonso luzca con orgullo, como hiciera su padre, el título de duque de Anjou (tradicionalmente usado por la Casa de Francia), para desesperación del conde de París, que intentó en vano impedírselo por vía judicial. Y que este decidió jugar sus bazas en la batalla dinástica, no tanto por alcanzar una improbable corona como por ser reconocido como representante oficial de la Casa de Francia. Y es que las herencias marcan.
Lola Galán

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